"Erase una vez, en un lejano reino, vivían felices todos sus habitantes. Un rey muy compasivo y bondadoso reinaba con grandeza sobre su pueblo. El rey tenía dos hijas, dos pequeñas princesas adolescentes muy caprichosas. Éstas, con su corta edad, eran el quebradero de cabeza más grande del rey, pues desde que la reina falleció unos años antes, no dejaban de discutir por cualquier cosa. Cada decisión que tomaba en una disputa, si suponía la alegría de una, por el contrario era el enfado de otra y viceversa. No había manera de tener a ambas contentas.
El rey aguantaba las disputas de sus hijas como buenamente podía, hasta que no pudo más. La disputa en sí no era lo importante, el hecho era que no sabía que hacer para tener contentas a las dos. Resulta que ésta vez se estaban peleando por una simple naranja. El rey, hastiado, quiso que la corte convocara a dos personas de las más sabias del reino para que tomaran una decisión en su lugar, pues no quería entrometerse más en las disputas y que alguna de sus hijas se enfadara con él por la decisión tomada. Ofrecería 1.000 monedas de oro a aquél que encontrara la solución al problema de sus hijas y satisfaciera a las dos de la mejor manera posible.
Un juez y un matemático fueron los elegidos entre la corte para solucionar el embrollo. Se presentaron en el salón real y delante del rey, los sirvientes, algunos curiosos a los que se había permitido la entrada a la toma de la decisión y las princesas, expusieron la solución a tomar.
El primero en hablar fue el juez:
- Alteza, en mi humilde opinión y como juez supremo de éste reino, tengo en mi mente la solución más justa para ambas princesas y a continuación la expongo. Una de las princesas debe cortar la naranja en dos, y la otra elegir la mitad que desee quedarse. De esta manera, la princesa que haga el corte, pues tendrá mucho cuidado en hacer dos partes iguales y que la solución sea lo más justa posible.
Los sirvientes de la realeza y los allí presentes aplaudieron al juez, pues su decisión parecía ser correcta.
- Disculpe mi alteza, el señor juez ha tenido una fantástica idea, pero desde el punto de vista científico es incorrecta. La princesa que corte nunca lo hará a la perfección, y aunque sea sin querer, puede ser que corte un trozo más pequeño que otro. De esta manera saldría perjudicada, aún sin tener mala intención.- varios murmullos se oyeron en la sala, y el rey permanecía atento a la explicación del matemático meciéndose la barba. - Mi idea, es que utilicemos la balanza y hagamos un corte preciso. A cada lado de la balanza debe haber igual cantidad de naranja, así ambas princesas tendrán lo mismo y ninguna saldrá perjudicada.
Hubo gente que aplaudió, y el monarca estaba perplejo, pues esta decisión además de justa era matemáticamente correcta. No había duda sobre que decisión tomar..
- ¡Majestad! - gritó uno de los sirvientes - disculpe mi intromisión, pero creo que ésta solución, sigue sin ser correcta.
- Jajaja, pero que decís, se ve que no entendéis de ciencia y justicia, y no os culpo, pues sois un sirviente honrado, pero un sirviente sin estudios al fin y al cabo...
- Mil disculpas señor, pero me gustaría exponer mi solución.- insistía el sirviente.
- Adelante... - dijo el rey, con mirada divertida, pues pensaba que iba a decir alguna barbaridad con la que todos reirían.
- Mi idea es la siguiente, su majestad. Hay que pelar la naranja, y darle a una de sus hijas la piel, y a la otra la fruta. Así quedaría dividida en dos la naranja y solucionaría su problema.
- Menuda tontería, jajajaja, en cualquier otro reino te hubieran castigado por decir semejante estupidez- espetó el juez.
- Señor, la cuestión es que mientras el juez y el matemático exponían sus brillantes ideas, yo he hablado con sus hermosas hijas para que me contaran cuál era el problema que tenían. La primera me ha contado que necesitaba la naranja, pues ella lo que quería era hacer un pastel de naranja con él. La segunda, también quería la naranja para sí, y lo que me ha dicho es que le apetecía tomarse un zumo de naranja bien fresco. Pues así es como he llegado a esta conclusión, a la hija que desea hacer la tarta, le basta con la piel de la naranja para ello, y la otra sólo necesita la fruta para disfrutar de su zumo.
Tanto el juez, como el matemático, como el rey y los allí presentes quedaron impresionados ante la solución propuesta por el sirviente, el cual se había basado en solucionar el problema y no en las posiciones de cada una. Las hijas del rey quedaron contentas ambas con la solución y al monarca no le quedó otra que dar las 1.000 monedas de oro al sirviente, pues su solución además de ser correcta, era la que otorgaba una mayor felicidad a cada una de sus progenitoras."
Ésta fábula que cuento en el post de hoy, no quiere otra cosa, sino explicar que a veces cuando surgen problemas en una negociación o una disputa, la solución a veces no es la que está a mitad de camino entre ambas posturas. En muchas negociaciones parece que lo que importa es la posición que toma cada uno de los negociantes, y en realidad lo que importa es el porqué se está negociando. Por si no habéis leído del tema, podéis echar un vistazo a la teoría de negociación del Harvard Negotiation Project os dejo un link por si os apetece investigar un poco.